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El cuerpo tomado

  • Foto del escritor: Edison Díaz
    Edison Díaz
  • 19 mar
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 27 mar

Sí señor, así como lo oye. Me habría gustado un proceso más lento, gradual como la vejez,  que se va haciendo a sí misma paso a paso y en silencio, para que uno no se dé por enterado  de los estragos que va haciendo en las vísceras y la piel. Pero no fue así; esto fue algo  acelerado y por completo inesperado.


En el transcurso de una semana me creció esta barba castaña y tupida de profeta nazareno.  También fui ganando estatura, de a dos centímetros por día, lo que me ha sido provechoso para cambiar los bombillos de la casa sin valerme de escaleras. Mi pelo se fue alisando y las  manos se me alargaron pronunciando con gracia los nudos de las falanges. Todos los días me  encuentro un cambio sorprendente. Si me afeito a ras de navaja, dos horas bastan para tenerla  de nuevo fecunda. Si en la mañana me peino con raya en el medio, por la tarde retorna el lamido de vaca hacia atrás aplanado y brillante.


No me pregunte cómo, pero yo sé para mis adentros que esto me pasó por culpa de ése cuento.  ¡Ése maldito cuento que no deja de meterme en problemas! Al comienzo las palabras fluían en una secuencia musical como esas piezas de Bach con armonía infinita. Si ha visto cisnes nadando en un lago o a una patinadora rusa haciendo perfecto un cuádruple flip completo,  ese era mi estado sentado escribiendo. Pero entonces ocurrió esta pesadilla.


En ese cuento narro las peripecias de un grupo de fantasmas que conviven en paz en una  casa, hasta que un día son invadidos por una familia que los acorrala con sus chécheres en el  cuarto más recóndito y empolvado que se pueda imaginar. Los fantasmas, entre preocupados y ofendidos, cansados de escuchar la cháchara de los mortales, se resisten aplicando todos  los trucos de espanto inventados por el cine de terror, resultando por el contrario, hilarantes  destellos de comedia… o eso creo yo. Fue llegando al desenlace de la historia, que comencé  a mutar de esta manera que le explico, y lo más sorprendente, es que no se limitan a lo más  evidente de mi aspecto físico; mire usted, ahora puedo hablar en francés fluido; compré una  Volkswagen T2A roja que vista de frente recuerda el hocico de un dragón, y no siendo poco,  adopté una gatita mimada que llamo Franela. Pero espere; viene lo más increíble de todo: he  desarrollado un apasionamiento súbito por la música de Louis Armstrong, igual o superior al que reservaba con celo para las cumbias hipnóticas y celestiales de Andrés Landero.


Esto no me puede estar pasando a mí, señor. Pero quiero dejar en claro, que nadie podrá decir  que no intenté de todo para reversar este hechizo maligno, pues no hubo ungüento que no me untara, ni charlatán o bruja de oficio que me quedara sin consultar. Procuré por un tiempo la ardua tarea de no comprobar mi reflejo en ningún objeto, evitando incluso la mica del reloj. Ingenuo, guardaba la esperanza de despertar un día cualquiera y volver a palpar mis rasgos  de nacimiento. Pero como puede ver, fueron sacrificios infructuosos; hasta en los sueños mi voz ya era la de él. Entonces entendí, tras devanarme los sesos en noches completas de  insomnio, plagadas de recuerdos de libros que nunca he leído y paseos que nunca hice por  los luminosos pasillos de una escuelita en Chivilcoy; que lo mejor sería darme por vencido,  resignarme, dejarme convertir por completo en el genio de mi invasor, y llegado a ese punto,  justo en ese momento, confiar en que su talento terminara el cuento ¡el maldito cuento!,  rompiendo así el conjuro que ignoro cómo invoqué. Siendo así, dejé que los índices de estas  manos aristocráticas, teclearan indómitos cuanto quisieran. Cuando tuve en mis manos las cuartillas terminadas, observé preocupado que había copiado letra a letra un cuento de él, de Julio Cortázar, y por eso he venido a solicitar su auxilio, señor editor.

1 Comment


Guest
Mar 28

Excelente cuento!

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